lunes, 14 de octubre de 2013

Confidencias

El Beso (Rodin)

"Te noto ausente", susurra mientras me rodea con sus brazos y junta su ardiente cuerpo con el mío abrazando mi espalda, me estremezco de placer, soy feliz.
"He dejado de ser yo", sus largos dedos acarician suavemente mi rostro, mi cuello y mi pecho, es cierto, últimamente me comporto como un extraño.
"¿Por qué?", no puedo contestar, el suave y cálido compás de su respiración me tiene hipnotizado, no consigo encontrar las palabras que lleguen a definir mi estado de ánimo.
"Háblame, dime...", su pie acaricia mi pierna, mi tobillo, mi excitación me impide hablar, el momento me enmudece cada vez más, tanto que casi me impide respirar, tanto que consigue hacerme llorar. "Estoy bien, no te preocupes", apenas oigo mi voz, surge de lo más profundo de mi garganta.
"Tranquilo", me besa la mejilla, bebe mis lágrimas, besa mis labios.
"Me siento solo", las palabras han salido sin querer de lo más profundo de mí, de lo mas recóndito de mi interior.
"Me tienes a mí", ella sabe que la soledad vive siempre con nosotros, sabe que no puedo dejar de separar su cuerpo del mío, que su alma vive dentro de la mía.
"He visto el vacío", es difícil explicarlo, es como un inmenso valle nevado donde el cielo también es blanco, donde no hay sombras, ni oscuridad, la nada, mires por donde mires.
"Todos lo hemos visto alguna vez", me miente mientras se sienta sobre mi y nos unimos en un solo ser, muy suavemente volamos lejos, dejamos de vivir, de preocuparnos, renacemos por un momento hasta volver de nuevo a la realidad.
"No me dejes", implora a la vuelta, teme que huya, que deje de ser yo y me convierta en quien ya soy.
"No lo haré", pero no me ha oído, ahora duerme agotada, bañada en sudor, tapo nuestros cuerpos con la sábana, así me encuentro más seguro.
"Ahora soy otro", murmuro antes de dormir, antes de entrar en ese submundo no tan distinto al real, antes de volver de nuevo a ese difícil camino sin retorno de la vida.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Adiós

Esperando la caída del día observé su cabizbaja figura caminando lentamente hacia mi. Mi corazón latía con mucha fuerza, aunque el mar y sus olas me lo ocultaban, y la brisa, y la lluvia.

Al llegar se sentó junto a mi. Su cuerpo rozaba el mío, su perfume embriagaba mis sentidos, su pelo, mecido por el viento, acarició suavemente mi cara. Busqué sus ojos en vano, pero seguía estando solo, sentado junto a nadie y, más allá, el vasto horizonte, allá lejos. 

Aquel día hablamos sin palabras, rozamos nuestras manos, sin mirarnos, llorando, distantes. El amor invadió débilmente nuestra vida con un vacío de ternura, de compresión y miedo. Así, durante un eterno instante. 

Y se fue para siempre. Se alejó despacio mirando al suelo, sin volver la vista atrás, hasta que desapareció a lo lejos. Luego, poco a poco la luz del día se fue apagando hasta anochecer. Aún hoy, desde la oscuridad, sigo esperando la llegada del alba.