lunes, 16 de septiembre de 2013

Leo porque existo. (La curiosidad)


Daguerrotipo de Edgar Allan Poe
(1848) tomado por W.S. Hartshorn
Y existo porque leo. La lectura, al igual que la música, ha llegado a ser para mi una necesidad diaria vital tal como lo es comer o dormir. Gracias a ella he conseguido que mi mente y mi ánimo mantengan siempre un equilibrio emocional, incluso en los peores momentos. Pero también es cierto que existe mucha gente que no termina de entender ni compartir ese hábito intelectual tan gratificante para mí, por lo que ante la pregunta de cómo he llegado a "padecer" esa necesidad casi obsesiva, mi respuesta siempre es la misma: "Por curiosidad. A ella se lo debo todo".

Sí, fue la curiosidad la que despertó mi interés por la literatura en la adolescencia. Y aunque desde pequeño viví entre los libros que mi padre devoraba a una velocidad casi de infarto, no fue hasta mi llegada al instituto cuando entraron en mi vida con la plenitud e intensidad que requería mi curiosidad por conocer más y por adentrarme en ese laberinto de conocimiento y sabiduría casi infinito.

Recuerdo que en aquella época los estudiantes de primaria no sufrían ese exagerado acoso al que ahora se ven sometidos, con objetivos de lectura mensuales y trabajos de comprensión y análisis de lectura. Yo, al contrario que ellos, lo único que leía entonces, sin contar los libros de texto, fueron casi todas las novelas de misterio de Agatha Christie y siempre por iniciativa propia. Con Mrs Marple y Hércules Poirot inicié mi interés y curiosidad por la lectura. Aunque por aquel entonces mi hábito lector era igual que el de mi padre: leía con ansia deseando saber el desenlace final desde el inicio de la historia. Admiraba, casi con devoción, a los investigadores de esas macabras aventuras. Caía, inocentemente, en las escurridizas trampas argumentales de la escritora y fracasaba siempre intentando descubrir al culpable. Mi dependencia llegó a ser absoluta, porque esas novelas suponían un gran descubrimiento, el inicio de mi curiosidad literaria, y la causa que originaría alejarme para siempre de los libros juveniles como las novelas de Los Cinco de Enid Blyton y demás lecturas similares.

Quiero aclarar que he obviado a propósito mencionar los textos religiosos obligados por el colegio, que si mi memoria no me falla, y exceptuando la Biblia, estaban bastante alejados de las numerosas obras maestras de la literatura española que en estos momentos me vienen a la cabeza, y las cuales, por desgracia, sólo se mencionaban en clase de literatura o lengua.

Así y todo, el gran cambio sucedió al llegar al instituto, donde no sólo encontré la libertad (era un instituto público y por tanto laico), también allí descubrí un nuevo mundo que para mí había permanecido oculto hasta entonces por los religiosos, el de la cultura. Un mundo donde sus apóstoles estaban representados por bohemios y muy jóvenes profesores de ética y literatura, los cuales me impresionaron mucho.

Ya desde los primeros cursos se nos ofreció escoger ciertas lecturas en la asignatura optativa de ética, títulos entre los que figuraban dos de los que marcarían bastante mi camino literario: "Utopia" de Tomás Moro y "Un mundo feliz" de Aldous Huxley. Recuerdo que no escogí ninguno de la lista, sino que los leí todos, y de una forma completamente diferente a lo que hasta entonces lo había hecho: de una forma pausada, disfrutando de su estilo y meditando su contenido.

Y mientras iba asimilando este nuevo mundo, hablé con cada uno de ellos y así sacié mi sed literaria con mis primeros Poe, Kafka, H.G. Wells, Borges, Bradbury. Ellos me ayudaron a descubrir que había algo más que simples relatos o historias en los libros, que existía un pensamiento en cada frase, un estilo literario en cada uno de ellos y un nuevo y fascinante universo aún por descubrir.


lunes, 2 de septiembre de 2013

Sin futuro

Qué difícil es escuchar sus palabras llenas de promesas, sus vacuos discursos, sin mostrar mi profundo desdén y, mientras, ver como todo se pudre a nuestro alrededor.

Qué curioso es haber sido toda la vida un incrédulo y descubrir avergonzado que siempre he estado creyendo en sus necias e inconcebibles falacias.

Qué terrible porvenir nos espera cuando la fe ha sido, y sigue siendo, el único camino para augurar un futuro mejor, una fe de la que no reniego pero a la cual no exijo nada.

Qué oscuro horizonte vela nuestra vista que nos impide descubrir la verdad, una única verdad que no hiere, que tan sólo insulta, divertida, mientras la ignoramos y olvidamos.

Qué triste es pensar que no existe un futuro, que sobrevivimos atrincherados en un incierto presente esperando impávidos desde la comodidad del cobarde a que algo cambie.

Qué difícil, curioso, terrible, oscuro y triste es saber que no nos importa vivir en la oscuridad aún sabiendo que está en nuestras manos iluminar nuestro futuro.