Daguerrotipo de Edgar Allan Poe (1848) tomado por W.S. Hartshorn |
Sí, fue la curiosidad la que despertó mi interés por la literatura en la adolescencia. Y aunque desde pequeño viví entre los libros que mi padre devoraba a una velocidad casi de infarto, no fue hasta mi llegada al instituto cuando entraron en mi vida con la plenitud e intensidad que requería mi curiosidad por conocer más y por adentrarme en ese laberinto de conocimiento y sabiduría casi infinito.
Recuerdo que en aquella época los estudiantes de primaria no sufrían ese exagerado acoso al que ahora se ven sometidos, con objetivos de lectura mensuales y trabajos de comprensión y análisis de lectura. Yo, al contrario que ellos, lo único que leía entonces, sin contar los libros de texto, fueron casi todas las novelas de misterio de Agatha Christie y siempre por iniciativa propia. Con Mrs Marple y Hércules Poirot inicié mi interés y curiosidad por la lectura. Aunque por aquel entonces mi hábito lector era igual que el de mi padre: leía con ansia deseando saber el desenlace final desde el inicio de la historia. Admiraba, casi con devoción, a los investigadores de esas macabras aventuras. Caía, inocentemente, en las escurridizas trampas argumentales de la escritora y fracasaba siempre intentando descubrir al culpable. Mi dependencia llegó a ser absoluta, porque esas novelas suponían un gran descubrimiento, el inicio de mi curiosidad literaria, y la causa que originaría alejarme para siempre de los libros juveniles como las novelas de Los Cinco de Enid Blyton y demás lecturas similares.
Quiero aclarar que he obviado a propósito mencionar los textos religiosos obligados por el colegio, que si mi memoria no me falla, y exceptuando la Biblia, estaban bastante alejados de las numerosas obras maestras de la literatura española que en estos momentos me vienen a la cabeza, y las cuales, por desgracia, sólo se mencionaban en clase de literatura o lengua.
Así y todo, el gran cambio sucedió al llegar al instituto, donde no sólo encontré la libertad (era un instituto público y por tanto laico), también allí descubrí un nuevo mundo que para mí había permanecido oculto hasta entonces por los religiosos, el de la cultura. Un mundo donde sus apóstoles estaban representados por bohemios y muy jóvenes profesores de ética y literatura, los cuales me impresionaron mucho.
Ya desde los primeros cursos se nos ofreció escoger ciertas lecturas en la asignatura optativa de ética, títulos entre los que figuraban dos de los que marcarían bastante mi camino literario: "Utopia" de Tomás Moro y "Un mundo feliz" de Aldous Huxley. Recuerdo que no escogí ninguno de la lista, sino que los leí todos, y de una forma completamente diferente a lo que hasta entonces lo había hecho: de una forma pausada, disfrutando de su estilo y meditando su contenido.
Y mientras iba asimilando este nuevo mundo, hablé con cada uno de ellos y así sacié mi sed literaria con mis primeros Poe, Kafka, H.G. Wells, Borges, Bradbury. Ellos me ayudaron a descubrir que había algo más que simples relatos o historias en los libros, que existía un pensamiento en cada frase, un estilo literario en cada uno de ellos y un nuevo y fascinante universo aún por descubrir.
Cómo te entiendo... ;)
ResponderEliminarY todavía nos queda tanto por descubrir... Eso es lo mejor de las vidas que nos regalan los libros. Inagotables y eternas.
Un gran abrazo!
Exacto. Tanto por descubrir y aprender, por disfrutar y vivir.
Eliminar1Fuerte abrazo ;)