El Ángel de la Muerte (detalle) Émile Jean-Horace Vernet (1851) |
Sin pautas ni rutinas, sus costumbres, regidas por algún sistemático e inconcebible desorden, consiguieron fascinarme de tal forma que acabaron hundiéndome en el mismo abismo en el que él ya estaba inmerso. Completamente desorientado, los primeros días fueron los más duros. Ya desde entonces acabé envuelto en una espiral de sucesos sin orden y lógica aparente, por primera vez me sentí navegando sin rumbo y preso de un extraño pánico, un miedo que por poco me obliga a abandonar mi único sino, el suyo. Fue la curiosidad hacia ese extraño ser lo que me impidió volver atrás y abandonar lo iniciado, el terror me ayudó a seguir.
El encargo era simple y directo, sólo unas fotos y mucho dinero. Esta vez no habían plazos de tiempo, ni contactos, ni extrañas entrevistas con intermediarios. Esta vez sobraban las palabras, sólo se requerían los hechos. Las fotografías parecían ser de la misma persona, un hombre de una edad entre los 35 y los 55 años, de complexión fuerte y muy alto, de rostro muy delgado y algo ojeroso. Tras una de ellas habían anotado a mano su nombre y una dirección.
Aunque con poco material de inicio, pude estar varias horas observando esos rostros, estudiando y analizando su personalidad, o lo poco que veía de ella. Fue entonces cuando supe que me enfrentaba a un ser especial, a un hombre que acabaría con mi vida. Entonces me convertí en su sombra, la sombra de un ser que cada día era otro distinto, de un ser que iba absorbiendo mi vida poco a poco.
No sé cómo llegué a sucumbir ante él, quizás fue en mi primer descuido, o desde el momento en que lo vi en aquellas borrosas fotos. El día que escogí fue también el mismo que escogió él, éramos un mismo ser, un solo ser con un mismo fin para los dos. Sólo por eso ya valió la pena. No recuerdo cuándo sucedió, sólo supe que ese era el momento. Era de noche y llovía. Empapados caminamos hacia las afueras de la ciudad. Antes de desaparecer se dio la vuelta y me miró fijamente a los ojos. Entonces lo entendí todo. Desapareció en la oscuridad de aquel grandioso puente. Yo le seguí minutos después.
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