Siempre consideré extraño que me preguntara quién era yo. Y lo califico de "extraño" porque quizás esa pregunta se podía realizar de muchas formas: ¿cómo te llamas?, ¿a qué te dedicas?, ¿cuántos años tienes?, ¿qué buscas en la vida?, pero no que me preguntara tan cruda y directamente: "¿quién eres?". Y más que nada, porque es algo que no se puede preguntar a una persona que ya conoces, y porque exige un desarrollo de la pregunta para saber cómo enfocar la respuesta. Pero sobretodo porque es algo que me torturaba desde hacía mucho tiempo.
![]() |
René Magritte "Retrato de Edward James" (1937) |
Me hubiese gustado decirle que no importaba quién fuera, que nada ni nadie es lo que parece o lo que los demás ven en él. Decir que somos ciegos en un mundo invisible. Que cuando crees haber descubierto quién eres te das cuenta que no te comprendes. Que nadie sabrá nunca quién soy mientras no sepan quiénes son ellos. Que...
Pero en aquel momento mi respuesta fue breve y sincera, quizás porque no esperaba la pregunta, o porque tuve poco tiempo para pensar, o simplemente porque mi subconsciente respondió por mi. Nunca lo sabré. Pero por lo visto le gustó lo que dije, aunque yo en ese momento ni siquiera era consciente.
Y aún hoy sigo sin poder hacerlo. Ahora, cada vez que me miro al espejo suelo repetir en voz alta la pregunta: ¿quién eres? Y busco mi reflejo y sólo veo a un extraño mirándome asustado. Pero sólo se me ocurren estupideces metafísicas, tan ridículas y profundas que me da vergüenza ponerlas por escrito (y para ser sincero, tampoco sabría cómo hacerlo).
Aquella vez contesté: "Sigo siendo yo", pero ahora sé realmente que lo que quería decir era: "Soy un extraño."
No hay comentarios:
Publicar un comentario