miércoles, 31 de julio de 2013

Cazador de miradas

Juan Gris (1887-1927)
"Hombre en un café"
Como todos los días, hoy he vuelto a salir con la lejana esperanza de encontrar aquello que busco con tanto afán hace ya tanto tiempo. Exhausto, he parado a descansar aquí en este concurrido lugar y creo verlaallá a lo lejosrodeada de gente, hablando y riendo.

Desde la distancia, cruzado de brazos, siento como poco a poco voy perdiendo la noción del tiempo. Busco su mirada y sólo encuentro ausencia, sus ojos esquivan mi interés y, mientras, el espacio que nos separa se inunda de vacío.

Inmóvil, oculto mi impaciencia, y discretamente miro sus manos, sus largos dedos, su pelo, sus labios, sus ojos. Observo como se mueve, como bebe de su vaso, como gesticula cuando habla. Pero sus esquivos y oscuros ojos siguen burlando los míos.

Emocionado consigo, por fin, una instantánea de su mirada acariciando la mía, breve, eterna e irrepetible. Ya saciada mi sed escapo con mi botín, me fugo con el preciado tesoro. Hoy soy feliz.

Ahora las palabras tendrán que reflejar el momento, irán grabadas sobre el blanco papel, desgranarán la belleza de su mirada y describirán mi oculta pasión. Serán unas palabras breves sobre sentimientos efímeros y platónicos sueños de amor adolescente.

lunes, 29 de julio de 2013

El padre


"La creación de Adán"
(frag) Michelangelo 1511
Después del incidente caminamos sin descanso hasta encontrar este pequeño túnel sin salida, oscuro y discreto. Aquí estamos recuperando fuerzas para poder continuar, una vez más.

Llevamos recorriendo estos laberínticos túneles durante más de un mes, y la desesperación, el agotamiento y el hambre al final nos obligó a acercarnos a una salida. La puerta estaba custodiada por un perro con la enfermedad y su dueño, y al vernos nos atacaron. Sucedió rápido, sin pensar.

Puede que actuara de una forma salvaje, pero eran ellos o nosotros. Siento que mi ser ha perdido toda humanidad, pero sólo me interesa él, es lo único que me queda. Cruzar esa puerta era avanzar hacia nuestra meta, no importaba el precio. Es una buena noticia haberla cruzado. No importa cómo, lo hemos conseguido.

Ahora, desde aquí observo su apacible rostro mientras duerme y no puedo apartar la vista de él, observo su dulzura y placidez, su inocencia infantil, una inocencia que este mundo perdió hace ya mucho tiempo. Lo miro y veo toda una vida por delante, un futuro que ahora depende de mi, sólo de mí.

Ya está la T.C. cargada, marcaré nuestra ruta de hoy y hasta que despierte seguiré estudiando, así podré contarle más historias sobre los aparatos antiguos y sobre la televisión. Su rostro se ilumina cuando le describo los electrodomésticos antiguos, y disfruto mucho esos momentos. Él me ayuda a continuar, a luchar por él, a vivir. He perdido mucho, pero no me importa, si llegamos con vida a la nave iniciaremos una nueva vida, los dos juntos, lejos de aquí.

Está despertando, comeremos algo y continuaremos, cada vez estamos más cerca. Recogemos y, sin hablar, le doy lo que me queda en la mochila, es poco, sólo hay para él, yo puedo aguantar, me he acostumbrado. Iniciamos la marcha, hemos llegado ya casi al puerto, si seguimos a este paso hoy podremos embarcar. Si llegamos con vida.

miércoles, 24 de julio de 2013

Hoy, ayer, mañana


La Persistencia de la Memoria (fragmento)
Salvador Dalí, 1931
Agotado por la monotonía, el agotamiento y el hastío, respiró al pensar que pronto llegará ese tiempo de descanso, de relax y liberación. Desanimado, cuenta los días que le quedan para que llegue el breve pero merecido premio, siempre deseado, aunque no siempre complaciente.

Sonríe recordando cuando, a escasos días de los temidos exámenes, apuraba el tiempo de estudio entre nervios y ansiedades. Aún con el curso ya aprobado, intentaba superar su límite con la nota máxima. Fueron muchas noches en vela, muchos los cigarros y analgésicos consumidos contra la migraña y los excesos, mucha soledad recordada con añoranza.

Como horas llegarán, a la espera de tan temido diagnóstico, tras pruebas y más pruebas, esperando, inmersos en la triste soledad, sentados en sucios y plásticos sillones situados en asépticas salas de espera, rodeado de centenarios colegas de enfermedad y dolor, contando los días conseguidos y, al igual que hoy, esperando completar también el lejano mañana.

Puede que falte poco para el descanso, y quizás si disfrutara del hoy no pensaría en el mañana, pero también si disfrutara del hoy no desearía el ayer, ni el mañana. Siempre le quedará el consuelo de disfrutar del deseo, aunque sea el de un utópico mañana. Al menos siempre quedarán sus recuerdos, los de un supuesto ayer mejor.


viernes, 19 de julio de 2013

La eterna espera

El sueño (detalle). Francisco de Goya
Te susurro al oído, mi amor, soy yo, sigo aquí, a tu lado, y, aunque no me veas, siempre estaré junto a ti, en todo momento, siempre que hables, que bebas, que rías, llores o duermas o ames, siempre.

Quiero que me escuches, aunque no me oigas, quiero decirte que me gusta observarte, mirar tu rostro mientras hablas de mi, cuando hablas de cómo era, de cómo sería, de cómo te hubiera gustado que fuera al envejecer.

Ahora sí que te escucho y por fin te comprendo. Ahora sé por qué estábamos tan distanciados. ¿Es amor lo que siento?, no lo sabré nunca, creo que voy a enloquecer.

Mi alma sufre tanto como sufrió la tuya cuando todavía me veías, o puede que más. Sé que sientes mi presencia porque veo cómo sonríes cuando te hablo, porque a veces pongo mis manos en tu cuerpo y te estremeces.

Cuando duermes, acerco mi cara a la tuya y escucho tu respiración, huelo tu aliento, tu piel, tu cuerpo. Desearía poder escuchar tus pensamientos y que tú escucharas los míos. Al despertar, abres los ojos y miras a través de mi. ¿Sabías que tu mirada está llena de vida?

No pienso separarme nunca de ti, así, cuando llegue el momento, podremos unirnos en un eterno abrazo, y puede que entonces me veas, amor mío.

lunes, 15 de julio de 2013

La crisis del dibujante

Me gustaba dibujar, aprendí gracias a los cómics y dibujos de los grandes maestros de la ilustración, imitando su estilo y copiando sus obras. Pero siempre me costó crear desde cero. Con una hoja en blanco me sentía completamente perdido, me encontraba enfrentado al vacío y a la ausencia de ideas, vencido por la desesperación ante una mesa de comedor, en un minúsculo e improvisado escritorio lleno de juguetes, de llaves, de facturas de la luz, de folletos publicitarios y mil cosas más intoxicando mi vista y mi atención. Estaba situado en un mirador al borde de un vacío absoluto, solo, muy cerca de un peligroso barranco en el que podía caer sin remedio ni salvación.

Vista de un Cráneo,  1489
(Leonardo da Vinci)
Sentado ante una hoja en blanco que amplificaba el fuerte griterío que invadía mi improvisado despacho; mis hermanos corriendo y discutiendo a mi alrededor, rodeando la mesa, tropezando y cayendo sobre mi, uno riendo, el otro llorando de rabia. De nuevo obligado a cambiar el disco que ya había terminado, porque siempre estaba escuchando música con la excusa de buscar inspiración.

Ese vacío anunciaba mi falta de seguridad, era un oráculo que pronosticaba un oscuro y poco prometedor futuro. El inicio de una agonía interior que reflejaba briznas de mi compleja y algo arisca forma de ser, de mi inestable temperamento y mi frágil corazón.

Aunque entonces sólo veía un folio en blanco, era la visión inicial de un oscuro proceso de mutilación psicológica, que llegaba a sumirme en pequeñas crisis de depresión adolescente y conseguía nublar, un poco más, la visión de mi futuro.

Aun así dibujaba en la hoja, sin rumbo, improvisando, sin objetivo, inseguro, tal como requería mi edad, iniciaba un absurdo proceso de trabajo que consistía en dibujar y dibujar sin parar, sin meditar y sin objetivo hasta terminar, sin importarme mucho el resultado, sabiendo que aun sin ser una mala ilustración, nunca sería medianamente buena, y que el resultado pasaría a formar parte de mi extensa colección de bocetos, uno más.

Perdido en un proceso absurdamente cíclico, mi inmadurez cedía ante la evidencia. Completamente vencido, replanteaba mis estudios, mi dirección profesional, mis supuestas habilidades creativas, pero siempre quedaba en un mero planteamiento. Era mucho más sencillo mirar hacia otro lado, todavía tenía por delante todo el tiempo del mundo, y como en el jazz, creía que una buena improvisación podía convertir una mediocre canción en una obra maestra.

Afortunadamente mi camino fue reorientándose a la vez que estudiaba, y mi madurez también. La seguridad se apropió de mí y, junto con la experiencia, aprendí a pensar antes de actuar y antes de trabajar, siendo la única forma de vencer mis miedos al fracaso. Y dejé de perder el tiempo ante un folio en blanco. Aprendí que el destino puede estar escrito, pero que existen muchos caminos para llegar a él y que la decisión de escoger el correcto era sólo mía.

viernes, 12 de julio de 2013

Alrededor de la medianoche


"Sí, anoche disfruté como nunca, y voy a intentar que suceda de nuevo, hoy y mañana, y siempre. Tengo sed, ¿me pones una copa? Esta vez con más hielo. Tengo mucho calor. Es esta maldita corbata que me aprieta mucho. No, no pienso aflojar el nudo, sólo quiero beber. Es fuerte, ponme otra por favor."

El repetitivo y envolvente sonido nos aturde y embriaga de tal forma que no podemos separar nuestros húmedos cuerpos. Todavía puedo notar sus manos recorriendo mi cuerpo, su aliento acariciando mi nuca, sus ojos regalándome esa dulce y sensual mirada, su aterciopelada voz susurrando de nuevo esa cálida melodía.

No puedo esperar a que llegue la noche. Sigo sudando, busco a ciegas mi vaso, lo llevo lentamente a la boca y sorbo, muy despacio, el amargo líquido.

"Ella volverá. Necesito saberlo, dime aquello que todos me ocultan. Casi todo el mundo fuma, bebe y ríe, pero nadie escucha la música. Qué triste. Esa noche hablamos sin parar, soñando que nos amábamos, contándonos nuestros sueños de amor y música."

Mis recuerdos siguen saboreando cada momento que pasé junto a ella. Necesito que sus labios vuelvan a besar los míos, ver de nuevo su sonrisa y cómo se acerca, por detrás, como ella sabe que a mi me gusta. Notar cómo sus brazos rodean mi delgado cuerpo, y sentir cómo se une al mío. Volver a notar su aliento en mi nuca y su largo pelo sobre mi cara.

"Ya no quiero dormir más, sólo quiero estar así, sudando, bebiendo, soñando que nuestros cuerpos siguen entrelazados. Que seguimos hablando, riendo y llorando de felicidad. Ponme otra copa, por favor." 

El vaso cada vez está más caliente. Mi mano nota cómo el licor va subiendo de temperatura, poco a poco, como mi alma. Entonces las baquetas de cepillo acarician suavemente el tambor de la batería y las cuerdas del contrabajo inician el suave ritmo, ajenas a mi, ajenas a nadie.

"Creo que he bebido demasiado. ¿Es ya la hora? Sí, me están esperando en el escenario. ¿Recuerdas cuando nos conocimos? Tu cantabas en aquel local, ¿cómo se llamaba? Yo subí, sin avisar, y toqué un solo sin conocer siquiera la melodía. Conseguí un contrato y te conocí."

Suena mi voz, suave, melódica. El frío metal en mi otra mano, es su turno, hoy sin sordina, suave, como a ti te gusta. Un dolor profundo atraviesa mi alma. A veces olvido que esta es nuestra canción.




martes, 9 de julio de 2013

Silencio


Ese día salí temprano, paseando sin prisa y saboreando el camino. Aunque todavía estábamos en primavera, la temperatura era ya muy alta a estas horas del día y el sol estaba castigando sin piedad a todo aquel que se exponía bajo su manto. Nada más llegar llamé al timbre y esperé frente a la puerta, impasible, durante cinco interminables minutos. Bajo el óxido, la mugre y las pintadas, apenas podía reconocer la puerta que tantas veces había franqueado años atrás, una puerta que hasta entonces había olvidado por completo y que pensaba que no volvería a ver jamás.

Tepeaca (Puebla),
imagen de Juan Rulfo
(propiedad de Clara Aparicio de Rulfo)
Por fin, la puerta se abrió, y una arrugada anciana, vestida completamente de negro, se quedó de pie ante mí, mirándome fijamente a los ojos. Estuvo así, sin moverse ni decir nada durante unos segundos, tras los cuales desapareció en el oscuro interior de la casa. Lo consideré una invitación, así que entré cerrando la puerta tras de mí. La casa era aún mucho más oscura de lo que recordaba. Apenas podía distinguir nada, todo era negro, los pocos muebles, las paredes, las puertas, todo lo era. Recordaba que las telas que ocultaban los sucios ventanales fueron en su momento de un tono crema, pero por lo visto habían padecido el abandono, y el paso del tiempo las había oscurecido sin piedad.

Atravesé despacio el pasillo arrastrando los pies y guiándome con la mano en la pared hasta que por fin vislumbré la débil luz del salón. El sudor todavía bañaba mi frente y, a veces, me cegaba la vista. El lugar era frío y húmedo, y el aire viciado exhalaba un fuerte, aunque extrañamente confortable, hedor a moho y polvo. Un escalofrío me subió por la espalda al llegar al umbral de la habitación. Todo estaba tal como la recordaba. Aunque la escasa luz no me dejara ver mucho, me dio la sensación que era el único lugar de toda la casa que no había sufrido el paso del tiempo.

El sofá, al que tantas veces me acerqué de pequeño en busca de consuelo, de consejo, de cariño, seguía en el mismo lugar de siempre, de espaldas a la puerta de entrada y encarado a la gran ventana que daba al exterior. Y allí estaba, sentado, como siempre, con su delgada figura y su mirada inquisitoria. Con su dura fachada de corazón sensible e inteligente. Al entrar tropecé, con mi aconstumbrada falta de agilidad, con una silla que se encontraba junto a la puerta, pero el golpe, curiosamente, no produjo ningún ruido. Todo estaba sumido en un grave y severo silencio.

Tomé asiento en el pequeño taburete, situado junto a él. Su rostro, impasible, miraba fijamente la ventana, aunque el cristal estaba tan sucio que era imposible que viera nada a través de él. Volví a preguntarme por qué se encontraba tan oscura la habitación, cuando todos los cristales de las ventanas estaban al descubierto. Intenté decir algo, pero me fue imposible. Busqué su mirada, pero él se limitó a encender un cigarrillo y a inhalar el humo y expulsarlo por la boca y la nariz. Tras descansar su brazo en el sofrá giró la cara y me miró fijamente. Su rostro estaba menos delgado, y sus grandes gafas seguían reflejando la oscuridad que nos rodeaba. Su mirada vacía atravesó la mía. El olor del tabaco empezó a inundar la habitación. Se quedó así, mirándome, sin pestañear, sin hablar, sin fumar.

No sé el tiempo que llegó a pasar, pero fue mucho. Todo aquello que quería decirle se quedó en mi interior, no pude articular palabra, él tampoco. La oscuridad fue aumentando, hasta que todo entró en penumbra. Cuando fui incapaz de ver nada me levanté, fui hacia el sillón, pero él ya no estaba allí. Tampoco volví a ver a la anciana, ni pude salir de nuevo al pasillo. Aún hoy me encuentro en esta estancia de la que ni puedo ni quiero salir.

Todos los días, sobre las doce, solemos encontrarnos. El fuma, yo le miro, él me mira. No somos capaces de decirnos nada. La verdad es que he dejado de hablar, al igual que él. Ayer me sonrió, creo que empezamos a entendernos. Mañana intentaré decirle que le quiero. Aunque no creo que pueda. Es hermoso este silencio.

viernes, 5 de julio de 2013

Autobiografía


Siempre consideré extraño que me preguntara quién era yo. Y lo califico de "extraño" porque quizás esa pregunta se podía realizar de muchas formas: ¿cómo te llamas?, ¿a qué te dedicas?, ¿cuántos años tienes?, ¿qué buscas en la vida?, pero no que me preguntara tan cruda y directamente: "¿quién eres?". Y más que nada, porque es algo que no se puede preguntar a una persona que ya conoces, y porque exige un desarrollo de la pregunta para saber cómo enfocar la respuesta. Pero sobretodo porque es algo que me torturaba desde hacía mucho tiempo.

René Magritte "Retrato de
Edward James" (1937)
Me hubiese gustado decir que era escritor de novelas, y que tenía mucho éxito, aunque casi nunca firmara con mi nombre. O que era un famoso pintor o ilustrador que trabajaba para agencias y no podía poner mi nombre en las obras porque lo exigía mi contrato. O contentarme con la realidad, que soy un diseñador gráfico que busca adaptarse a las nuevas tecnologías. Pero no lo hice porque me preguntó "quién eres" no "¿a qué te dedicas?".

Me hubiese gustado decirle que no importaba quién fuera, que nada ni nadie es lo que parece o lo que los demás ven en él. Decir que somos ciegos en un mundo invisible. Que cuando crees haber descubierto quién eres te das cuenta que no te comprendes. Que nadie sabrá nunca quién soy mientras no sepan quiénes son ellos. Que...

Pero en aquel momento mi respuesta fue breve y sincera, quizás porque no esperaba la pregunta, o porque tuve poco tiempo para pensar, o simplemente porque mi subconsciente respondió por mi. Nunca lo sabré. Pero por lo visto le gustó lo que dije, aunque yo en ese momento ni siquiera era consciente.

Y aún hoy sigo sin poder hacerlo. Ahora, cada vez que me miro al espejo suelo repetir en voz alta la pregunta: ¿quién eres? Y busco mi reflejo y sólo veo a un extraño mirándome asustado. Pero sólo se me ocurren estupideces metafísicas, tan ridículas y profundas que me da vergüenza ponerlas por escrito (y para ser sincero, tampoco sabría cómo hacerlo).

Aquella vez contesté: "Sigo siendo yo", pero ahora sé realmente que lo que quería decir era: "Soy un extraño."

martes, 2 de julio de 2013

Un lugar tranquilo




Terminó su intervención y tomó asiento. Un frío y tenso silencio se adueñó de la sala. Su planteamiento, aunque lógico y compartido por el resto de compañeros, iba en contra del discurso institucional, así que ahora lo único que podía hacer era quedar a la espera.

"A quiet place."

Un eterno minuto. Ese fue el tiempo que esperó, impasible y heroicamente, hasta que su rival, en un agresivo arrebato de ira, tomó la palabra e inició el duelo. Su tono, alto y contundente, era exagerado y estaba totalmente fuera de lugar. Sus ojos, casi salidos de sus órbitas, le miraban fijamente, sin pestañear. Todos aguantaron la respiración, aún sabiendo que con esa actitud lo único que intentaba conseguir era disimular su inseguridad y falta de experiencia.

"A plunge. A dive.
I gamble fate."

Inició el discurso atacando donde pensaba que iba a herirle más. Y cuando creía haberlo conseguido se acomodó en su incoherente argumento y continuó hablando, con su aguda e insoportable voz, ininterrumpidamente durante cinco minutos, sin dejar un sólo argumento sin desmontar.

"Abandon control, obey gravity.
From here, earth's claw cannot over bare." 

Y fue en ese momento cuando volvió a escuchar de nuevo esa voz, desgarrada, gutural pero armónicamente tranquilizadora, cantando dentro de su cabeza.

"I hear nothing, dead silence I grasp as comfort. 
I pilot limbs, as if they were wings."

Su vehemencia le cegaba de tal forma que pasó por alto la actitud que estaba adoptando su víctima, un rostro que reflejaba un escaso interés por su despiadado discurso. Un discurso que dejó de escuchar desde el principio.

"I hear nothing, dead silence I grasp as comfort. 
I pilot limbs, as if they were wings."

Sabía que esa descarga dialéctica no llegaría a herir ni la más mínima brizna de sentimiento ni emoción. Su ataque era vacío, predecible, falto de inteligencia. Su voz cada vez sonaba más irreal, una voz convertida en ritmo. Un sonido convertido en un monótono riff progresivo, suave pero agresivo, contínuo y vacuo.

"Carve through the clouds. 
Plummet to the below. 
I pilot limbs."

No importaba. Nada importaba. Era feliz y lo sabía. Podría soportar la humillación y la incertidumbre de no saber si su trabajo continuaría o no. Pero sabía que la vida sí, su vida. Porque él se encontraba en un lugar mejor. En un lugar tranquilo.

"I gamble fate. 

I gamble fate, unknowing of what it will bring to me."