lunes, 16 de diciembre de 2013

Momentos Efímeros

Momentos efímeros, así los llama. Son esos breves segundos que sólo pueden ser captados por almas sensibles, pequeños instantes de nuestra vida, aparentemente sin importancia para el resto del mundo, pero que recordamos con cariño o incluso, con amor. Esos breves momentos que nos hacen reír cuando los recordamos, que consiguen emocionarnos, hacernos felices y recordarlos durante toda nuestra vida. Son sentimientos de felicidad que nos ayudan a soportar los tragos más amargos, las derrotas más duras, la oscura soledad en la que vivimos.

Ella colecciona esos momentos. Los graba en su memoria cuando suceden y los guarda para siempre en su corazón. Y es así como los describe más tarde en un pequeño cuaderno de piel con viejas tapas de cuero, sentimientos garabateados para siempre en ese amarillento papel tan arrugado ya por su uso y que guarda celosamente dentro de una vieja caja metálica de galletas. Una caja que a veces contempla sin abrir, durante mucho tiempo, como quien venera un tesoro. 

Hoy ha sucedido uno de esos momentos especiales y lo ha anotado tal como lo ha vivido, como lo ha sentido y como lo recordará durante el resto de su vida. Esta vez ha sido muy especial, estaba nerviosa y muy excitada, tanto que, tras leer más tarde las notas de su cuaderno, ha comprendido que lo escrito no era fiel a lo sentido, que lo relatado no era real, y que tiene que empezar de nuevo. Esta vez sabe que su efímero momento necesita describirse mejor.

Lo escrito era algo así. 
"Sus ojos, fijos en los míos, me obligaron a contestar. Su mirada era joven, su cuerpo ya no tanto. Se ruborizó al ver mi mirada y agachó la cabeza. Su mirada me cautivó y me emocionó. Bajó en la siguiente parada. Sé que no le volveré a ver más."

Aunque lo que sucedió fue esto. 
"Hoy he terminado muy tarde de trabajar. Era ya de noche y me dio miedo coger el metro, así que me dirigí a la parada de autobús. Estaba muy cansada y completamente evadida de la realidad con la música y mi lectura, pero intuí que algo sucedía a mi alrededor. No me apetecía ver nada ni a nadie, pero la curiosidad pudo más que mi agotamiento, así que levanté la mirada. Y entonces vi sus ojos buscando los míos. Nuestras miradas se cruzaron, se penetraron, se hablaron. Fueron apenas unos segundos y aún así suficientes para descubrir el amor, la paz y la sabiduría que reflejaban. Él apartó la vista, sonriendo, pero ruborizado ante mi atrevimiento, quizás temiendo que mal interpretara su gesto. Yo también lo hice. Bajó en la siguiente parada. Desde entonces su paz y su ser vive conmigo."

Puede que nunca lo describa así, porque así es como lo sentí yo. Igual algún día se lo digo, aunque es más probable que no me atreva y siga con ella mientras la veo envejecer. Sacrificaría mi inmortalidad por repetir una vez más ese efímero momento.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Ausencia

Monte Ulia - detalle (Sorolla)
Suaves sonidos llegan a mis oídos mientras descanso en este paraje de ensueño. Hoy me encuentro rodeado de la nada, acariciado por esta suave y fría brisa, sin nadie que interfiera en mi paz, sólo con el vacío y su apacible murmullo, con ese dulce eco apenas perceptible, que me acompaña en este peculiar éxtasis espiritual.

¿Existe algo tan gratificante como disfrutar de esta deseada soledad? Hacía tiempo que buscaba un lugar donde conseguir liberarme de esa cárcel que supone el mundo civilizado, un lugar donde pueda sentirme libre de toda preocupación y donde el silencio me permita recordar que aún sigo vivo. 

Mientras observo cómo el viento mece suavemente las ramas de los árboles, este lugar me obliga viajar a lejanos lugares vividos en mi infancia. Veo un lugar donde un día de playa se podía convertir, a pocos metros de la orilla, en un improvisado día de camping con tumbonas, mesas y sillas plegables. Donde unos niños intentan dormir la siesta sin conseguirlo, con el calor haciéndoles sudar sin parar, mientras los mayores, medio dormidos, contestan a las incesantes preguntas sobre la digestión y la hora del baño.

Las insistentes cigarras suenan cada vez más fuerte, con su monótono y estridente cric cric, casi como si las tuviera junto a mí. Y vuelvo. De nuevo me encuentro aquí, muy lejos de esa apacible serenidad antes vivida. El suave murmullo desaparece y así es como consigo despertar de mi letargo; mis sentidos vuelven poco a poco a la realidad, lamentablemente vuelven. El caos se apodera una vez más de mi entorno. No puedo calcular el tiempo que ha pasado, pero he vuelto como nuevo. Creo que mi ausencia, aún estando aquí, no ha superado unos breves segundos.

Y mi paz interior sigue intacta. Aún estoy a salvo.

sábado, 16 de noviembre de 2013

A veces sueño...

A veces sueño...
Que allá lejos existe un lugar donde impera la paz, donde nadie exige nada y todo el mundo es feliz. Donde mirarse a los ojos es sentir tu amor, tu amistad y deseo. Donde puedo tenerte a mi lado y sentir tu cariño, tus suaves palabras de amor, tus dulces promesas de esperanza perdida, tu felicidad y mi melancolía.
A veces sueño...
Que nada de lo que vivimos es real, que hoy no es hoy y el ayer puede que sea nuestro mañana. Que el tiempo es sólo un melancólico recuerdo de tiempos futuros ya vividos y que, mientras veo la vida pasar muy despacio, puedo avanzar y retroceder por ella a mi antojo sin que el pasado y el futuro me importen.

A veces sueño...
Que soy otro y me presentan a un extraño individuo al que compadezco desde la distancia, un individuo que aborrezco y amo al mismo tiempo, un extraño que ataca mi ego desde su humildad, mi debilidad. Un extraño que me ofrece su amistad, aunque no entiendo su forma de ser. Un enemigo al que amo y añoro tanto, como te amo y necesito a ti. Un extraño que soy yo mismo.

A veces sueño...
Con tu Dios, un ser invisible con el que hablo, siento y amo. Entonces comprendo que es también mi Dios, el nuestro. Que su espíritu nos rodea sin entender nada de lo que nos sucede, sin hacer nada por convencernos de que está en nuestras manos detenerlo. Ese ser infunde en mi alma un amor hacia los demás no correspondido, un amor que se convierte en odio reprimido y finalmente en egoísta olvido. 

A veces sueño...
Que soy feliz, y despierto entendiendo la vida, antes de dormir y volver a despertar sin recordarlo.

A veces sueño...
Que vivo despierto y muero soñando.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Lector imposible (Caro Diario)


Querido lector imposible, hoy quiero contarte que por fin soy feliz. Por fin puedo describir mi interior, aquí, en la intimidad de estas páginas, donde dibujaré mi yo, mi día a día para ti, y también para mi.

Como espectador y, a veces, como un simple actor de reparto en mi propia vida, mi ánimo me permite, al fin, iniciar esta nueva etapa de libertad. Mi alma necesita contar historias de un ayer, siempre encadenadas a un hoy y pendientes de un mañana. Son relatos desde lo más profundo de mí, sucesos de un pasado que siempre han acabado en un camino sin salida, sucesos relatados desde un lugar desde donde, por fin, consigo desahogarme hoy ya sin pudor y volar por este hermoso y vacío valle de páginas.

Ilusionado me desnudo ante él, expulsando todo aquello que me carcome por dentro, vomitando todo lo que me sucede y ata a este mundo, ilusionado ante este cruel ejercicio de liberación.

Querido lector imposible, hoy ya me siento bien para escribirte sin tapujos y confesarte que desde ahora soy otro, que puedo decirte lo que siento sin miedo, sabiendo que no seré juzgado. No temas, no espero respuesta, no busco confesor, sólo quiero tener un lugar donde pueda describirme tal como soy, como sólo yo sé que soy.

Hoy soy feliz, querido lector imposible, por fin tengo la libertad que desde niño no sentía, por fin noto cómo vaciando mi alma estoy consiguiendo llenar mi espíritu, mi ánimo y mis fuerzas para poder seguir caminando por esta oscura y dura vida.

Tanto tiempo buscando entre la oscuridad sin ver amanecer, sin encontrar una salida, sin conseguir renacer. Tanto tiempo sin darme cuenta que la solución estaba aquí, en estas páginas en blanco.

Por fin hoy, querido lector imposible, voy a ser libre. Por fin hoy he conseguido ser feliz.

sábado, 2 de noviembre de 2013

El Ángel de la Muerte


El Ángel de la Muerte (detalle)
Émile Jean-Horace Vernet (1851)

Sin pautas ni rutinas, sus costumbres, regidas por algún sistemático e inconcebible desorden, consiguieron fascinarme de tal forma que acabaron hundiéndome en el mismo abismo en el que él ya estaba inmerso. Completamente desorientado, los primeros días fueron los más duros. Ya desde entonces acabé envuelto en una espiral de sucesos sin orden y lógica aparente, por primera vez me sentí navegando sin rumbo y preso de un extraño pánico, un miedo que por poco me obliga a abandonar mi único sino, el suyo. Fue la curiosidad hacia ese extraño ser lo que me impidió volver atrás y abandonar lo iniciado, el terror me ayudó a seguir.

El encargo era simple y directo, sólo unas fotos y mucho dinero. Esta vez no habían plazos de tiempo, ni contactos, ni extrañas entrevistas con intermediarios. Esta vez sobraban las palabras, sólo se requerían los hechos. Las fotografías parecían ser de la misma persona, un hombre de una edad entre los 35 y los 55 años, de complexión fuerte y muy alto, de rostro muy delgado y algo ojeroso. Tras una de ellas habían anotado a mano su nombre y una dirección.

Aunque con poco material de inicio, pude estar varias horas observando esos rostros, estudiando y analizando su personalidad, o lo poco que veía de ella. Fue entonces cuando supe que me enfrentaba a un ser especial, a un hombre que acabaría con mi vida. Entonces me convertí en su sombra, la sombra de un ser que cada día era otro distinto, de un ser que iba absorbiendo mi vida poco a poco.

No sé cómo llegué a sucumbir ante él, quizás fue en mi primer descuido, o desde el momento en que lo vi en aquellas borrosas fotos. El día que escogí fue también el mismo que escogió él, éramos un mismo ser, un solo ser con un mismo fin para los dos. Sólo por eso ya valió la pena. No recuerdo cuándo sucedió, sólo supe que ese era el momento. Era de noche y llovía. Empapados caminamos hacia las afueras de la ciudad. Antes de desaparecer se dio la vuelta y me miró fijamente a los ojos. Entonces lo entendí todo. Desapareció en la oscuridad de aquel grandioso puente. Yo le seguí minutos después.




lunes, 14 de octubre de 2013

Confidencias

El Beso (Rodin)

"Te noto ausente", susurra mientras me rodea con sus brazos y junta su ardiente cuerpo con el mío abrazando mi espalda, me estremezco de placer, soy feliz.
"He dejado de ser yo", sus largos dedos acarician suavemente mi rostro, mi cuello y mi pecho, es cierto, últimamente me comporto como un extraño.
"¿Por qué?", no puedo contestar, el suave y cálido compás de su respiración me tiene hipnotizado, no consigo encontrar las palabras que lleguen a definir mi estado de ánimo.
"Háblame, dime...", su pie acaricia mi pierna, mi tobillo, mi excitación me impide hablar, el momento me enmudece cada vez más, tanto que casi me impide respirar, tanto que consigue hacerme llorar. "Estoy bien, no te preocupes", apenas oigo mi voz, surge de lo más profundo de mi garganta.
"Tranquilo", me besa la mejilla, bebe mis lágrimas, besa mis labios.
"Me siento solo", las palabras han salido sin querer de lo más profundo de mí, de lo mas recóndito de mi interior.
"Me tienes a mí", ella sabe que la soledad vive siempre con nosotros, sabe que no puedo dejar de separar su cuerpo del mío, que su alma vive dentro de la mía.
"He visto el vacío", es difícil explicarlo, es como un inmenso valle nevado donde el cielo también es blanco, donde no hay sombras, ni oscuridad, la nada, mires por donde mires.
"Todos lo hemos visto alguna vez", me miente mientras se sienta sobre mi y nos unimos en un solo ser, muy suavemente volamos lejos, dejamos de vivir, de preocuparnos, renacemos por un momento hasta volver de nuevo a la realidad.
"No me dejes", implora a la vuelta, teme que huya, que deje de ser yo y me convierta en quien ya soy.
"No lo haré", pero no me ha oído, ahora duerme agotada, bañada en sudor, tapo nuestros cuerpos con la sábana, así me encuentro más seguro.
"Ahora soy otro", murmuro antes de dormir, antes de entrar en ese submundo no tan distinto al real, antes de volver de nuevo a ese difícil camino sin retorno de la vida.

miércoles, 2 de octubre de 2013

Adiós

Esperando la caída del día observé su cabizbaja figura caminando lentamente hacia mi. Mi corazón latía con mucha fuerza, aunque el mar y sus olas me lo ocultaban, y la brisa, y la lluvia.

Al llegar se sentó junto a mi. Su cuerpo rozaba el mío, su perfume embriagaba mis sentidos, su pelo, mecido por el viento, acarició suavemente mi cara. Busqué sus ojos en vano, pero seguía estando solo, sentado junto a nadie y, más allá, el vasto horizonte, allá lejos. 

Aquel día hablamos sin palabras, rozamos nuestras manos, sin mirarnos, llorando, distantes. El amor invadió débilmente nuestra vida con un vacío de ternura, de compresión y miedo. Así, durante un eterno instante. 

Y se fue para siempre. Se alejó despacio mirando al suelo, sin volver la vista atrás, hasta que desapareció a lo lejos. Luego, poco a poco la luz del día se fue apagando hasta anochecer. Aún hoy, desde la oscuridad, sigo esperando la llegada del alba.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Leo porque existo. (La curiosidad)


Daguerrotipo de Edgar Allan Poe
(1848) tomado por W.S. Hartshorn
Y existo porque leo. La lectura, al igual que la música, ha llegado a ser para mi una necesidad diaria vital tal como lo es comer o dormir. Gracias a ella he conseguido que mi mente y mi ánimo mantengan siempre un equilibrio emocional, incluso en los peores momentos. Pero también es cierto que existe mucha gente que no termina de entender ni compartir ese hábito intelectual tan gratificante para mí, por lo que ante la pregunta de cómo he llegado a "padecer" esa necesidad casi obsesiva, mi respuesta siempre es la misma: "Por curiosidad. A ella se lo debo todo".

Sí, fue la curiosidad la que despertó mi interés por la literatura en la adolescencia. Y aunque desde pequeño viví entre los libros que mi padre devoraba a una velocidad casi de infarto, no fue hasta mi llegada al instituto cuando entraron en mi vida con la plenitud e intensidad que requería mi curiosidad por conocer más y por adentrarme en ese laberinto de conocimiento y sabiduría casi infinito.

Recuerdo que en aquella época los estudiantes de primaria no sufrían ese exagerado acoso al que ahora se ven sometidos, con objetivos de lectura mensuales y trabajos de comprensión y análisis de lectura. Yo, al contrario que ellos, lo único que leía entonces, sin contar los libros de texto, fueron casi todas las novelas de misterio de Agatha Christie y siempre por iniciativa propia. Con Mrs Marple y Hércules Poirot inicié mi interés y curiosidad por la lectura. Aunque por aquel entonces mi hábito lector era igual que el de mi padre: leía con ansia deseando saber el desenlace final desde el inicio de la historia. Admiraba, casi con devoción, a los investigadores de esas macabras aventuras. Caía, inocentemente, en las escurridizas trampas argumentales de la escritora y fracasaba siempre intentando descubrir al culpable. Mi dependencia llegó a ser absoluta, porque esas novelas suponían un gran descubrimiento, el inicio de mi curiosidad literaria, y la causa que originaría alejarme para siempre de los libros juveniles como las novelas de Los Cinco de Enid Blyton y demás lecturas similares.

Quiero aclarar que he obviado a propósito mencionar los textos religiosos obligados por el colegio, que si mi memoria no me falla, y exceptuando la Biblia, estaban bastante alejados de las numerosas obras maestras de la literatura española que en estos momentos me vienen a la cabeza, y las cuales, por desgracia, sólo se mencionaban en clase de literatura o lengua.

Así y todo, el gran cambio sucedió al llegar al instituto, donde no sólo encontré la libertad (era un instituto público y por tanto laico), también allí descubrí un nuevo mundo que para mí había permanecido oculto hasta entonces por los religiosos, el de la cultura. Un mundo donde sus apóstoles estaban representados por bohemios y muy jóvenes profesores de ética y literatura, los cuales me impresionaron mucho.

Ya desde los primeros cursos se nos ofreció escoger ciertas lecturas en la asignatura optativa de ética, títulos entre los que figuraban dos de los que marcarían bastante mi camino literario: "Utopia" de Tomás Moro y "Un mundo feliz" de Aldous Huxley. Recuerdo que no escogí ninguno de la lista, sino que los leí todos, y de una forma completamente diferente a lo que hasta entonces lo había hecho: de una forma pausada, disfrutando de su estilo y meditando su contenido.

Y mientras iba asimilando este nuevo mundo, hablé con cada uno de ellos y así sacié mi sed literaria con mis primeros Poe, Kafka, H.G. Wells, Borges, Bradbury. Ellos me ayudaron a descubrir que había algo más que simples relatos o historias en los libros, que existía un pensamiento en cada frase, un estilo literario en cada uno de ellos y un nuevo y fascinante universo aún por descubrir.


lunes, 2 de septiembre de 2013

Sin futuro

Qué difícil es escuchar sus palabras llenas de promesas, sus vacuos discursos, sin mostrar mi profundo desdén y, mientras, ver como todo se pudre a nuestro alrededor.

Qué curioso es haber sido toda la vida un incrédulo y descubrir avergonzado que siempre he estado creyendo en sus necias e inconcebibles falacias.

Qué terrible porvenir nos espera cuando la fe ha sido, y sigue siendo, el único camino para augurar un futuro mejor, una fe de la que no reniego pero a la cual no exijo nada.

Qué oscuro horizonte vela nuestra vista que nos impide descubrir la verdad, una única verdad que no hiere, que tan sólo insulta, divertida, mientras la ignoramos y olvidamos.

Qué triste es pensar que no existe un futuro, que sobrevivimos atrincherados en un incierto presente esperando impávidos desde la comodidad del cobarde a que algo cambie.

Qué difícil, curioso, terrible, oscuro y triste es saber que no nos importa vivir en la oscuridad aún sabiendo que está en nuestras manos iluminar nuestro futuro.

jueves, 15 de agosto de 2013

Oprimido

Encerrado en esta habitación siento como mi corazón encoge poco a poco, siento como sus cuatro paredes avanzan hacia mi, mientras el tiempo, nuestro tiempo, se detiene. Es tarde para volver atrás, demasiado tarde para decir que no.

Me falta espacio para seguir, para vivir, para amar. Qué intenso placer sería poder elegir un final a mi antojo, ser el dueño de tus palabras y acciones, de poder fundir tu deseo con el mío, de tener espacio para poder amarnos sin importarnos dónde o cuándo o cómo.

Lejos quedaron aquellos momentos de libertad, donde los sentimientos fluían solos, donde podíamos vivir sin esperar juicios, sin consecuencias. Hoy releemos y meditamos encerrados en nuestro pequeño espacio de odios y temores mientras dejamos que las paredes nos opriman.

Miro atrás y sólo veo oscuridad ante nosotros. Pasan los días y seguimos buscando una salida a esta historia que aún está por escribir, a un final que aún puedes decidir por mi.

martes, 6 de agosto de 2013

Literatura de bolsillo


Pocos libros me infunden tanto respeto y admiración como este que tengo ahora entre mis manos. Lo compré estando en un viaje de trabajo en una gran capital española, y como ya había leído todos los libros que llevaba encima y ninguno de ellos merecía ser releído, necesitaba algo más denso para compensar el mal sabor de boca que me habían dejado, además de la necesidad de tener algo con qué ocupar las casi seis horas que me esperaban en el viaje de vuelta. 

Decidí ir a la estación caminando hasta encontrar alguna librería donde poder comprar algo nuevo para leer, y tuve suerte porque no tardé mucho en topar con un pequeño quiosco con mucha prensa y, como no podía ser de otra forma, con un gran número de best seller en su escaparate. Entré buscando algo de calidad a buen precio, por lo que me dirigí a la estantería giratoria con libros de bolsillo situada al fondo del establecimiento. Y aunque sólo esperaba encontrar novelas de ciencia ficción, para mi sorpresa, entre los muchos ejemplares románticos encontré unos cuantos de una conocida colección de autores americanos en su versión de bolsillo, lo cual me obligó a, en apenas unos segundos, tener cuatro libros en una mano y mi tarjeta de crédito en la otra.

Ferdinand Holder. El lector, c. 1885 (Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid)
Las tapas de los libros estaban algo deterioradas y se notaba que llevaban mucho tiempo esperando a que algún despistado como yo los encontrara. Aunque lo que me decidió a adquirirlos fue el apellido de sus autores, escritores con un prestigio incuestionable, aunque en realidad fue uno solo de ellos el que me ayudó a confirmar la compra. Su autora recibió el premio más prestigioso que se puede conceder a un escritor, garantía de calidad literaria aunque sabía que no por ello de amenidad en su lectura. Otro importante factor que me acabó de ayudar a decidir fue su título, de tan sólo una palabra de origen inglesa y referente importante a otro de mis hobby, y por el cual tengo un cariño muy especial.

Su encuadernación era bastante pobre y, aún siendo de bolsillo, sus tapas estaban bastante mal diseñadas (algo que últimamente los editores suelen evitar en las ediciones de bajo presupuesto). Y es que tengo que admitir que, aún siendo diseñador gráfico de profesión, pocas veces me ha interesado un libro por su cubierta, como tampoco lo he buscado casi nunca por su sinopsis. Y es que para mi, una condición indispensable para que un libro despierte mi interés es el "cómo" su autor cuenta o describe algo y no el "qué" cuenta. No me importa lo que cuenta, si estéticamente su forma de hacerlo es mínimamente interesante u original, o su prosa puede llegar a emocionarme.

Así como tampoco nunca he permitido que me guste un escritor sólo por su nombre, o fama, o por las críticas literarias  favorables recibidas. Podría hacer un buen listado de escritores célebres, aclamados por la crítica nacional (e internacional) y superventas, pero de los que no soporto leer ni una sola línea de lo que escriben. Aunque esta vez no fue el caso, sabía que su literatura iba a ser algo compleja, difícil, pero enriquecedora, y desde la primera página mis expectativas fueron superadas, y con creces.

Y no sólo en su primera página sino con sus primeras frases conseguí introducirme en un mundo de extrañas y densas atmósferas, un lejano lugar descrito de forma reconocible y emocionalmente cercano. El texto describía un espacio de sentimientos encontrados, de sensuales personajes con conflictos raciales, envueltos en sangrientas historias, en venganzas bañadas en sudor, sangre y alcohol. Una prosa densa y poética, con tramas y estructuras narrativas enlazadas y enredadas entre sí. Donde los orígenes se intercalan con tus vivencias, y los inicios son duros para todos aquellos que lo tienen casi todo en contra. Unos recuerdos históricos, donde la trama eleva de tal forma la temperatura mientras avanzas en su lectura, en su parafraseo, que sientes cómo la falta de aire se convierte en tu forma de vivirla.

Entonces empecé a entender el por qué de mi forma de ser, el por qué esa maraña de textos, de historias de amor, violencia y supervivencia me entusiasmaba tanto y en cambio aquello que todo el mundo leía y que tenía una trama igual o más compleja no me gustaba en absoluto. Entendí que el exterior, la apariencia o la forma de venderse públicamente es lo que menos me interesa en un libro, en una historia, en la vida. Que la encuadernación, el acabado y el diseño no me sirve de determinante de compra, que mi interés sólo está en el contenido, no el continente. Y cuando un libro de bolsillo tiene unas bases literarias sólidas, ¿por qué me tengo que preocupar por esas frágiles tapas?

miércoles, 31 de julio de 2013

Cazador de miradas

Juan Gris (1887-1927)
"Hombre en un café"
Como todos los días, hoy he vuelto a salir con la lejana esperanza de encontrar aquello que busco con tanto afán hace ya tanto tiempo. Exhausto, he parado a descansar aquí en este concurrido lugar y creo verlaallá a lo lejosrodeada de gente, hablando y riendo.

Desde la distancia, cruzado de brazos, siento como poco a poco voy perdiendo la noción del tiempo. Busco su mirada y sólo encuentro ausencia, sus ojos esquivan mi interés y, mientras, el espacio que nos separa se inunda de vacío.

Inmóvil, oculto mi impaciencia, y discretamente miro sus manos, sus largos dedos, su pelo, sus labios, sus ojos. Observo como se mueve, como bebe de su vaso, como gesticula cuando habla. Pero sus esquivos y oscuros ojos siguen burlando los míos.

Emocionado consigo, por fin, una instantánea de su mirada acariciando la mía, breve, eterna e irrepetible. Ya saciada mi sed escapo con mi botín, me fugo con el preciado tesoro. Hoy soy feliz.

Ahora las palabras tendrán que reflejar el momento, irán grabadas sobre el blanco papel, desgranarán la belleza de su mirada y describirán mi oculta pasión. Serán unas palabras breves sobre sentimientos efímeros y platónicos sueños de amor adolescente.

lunes, 29 de julio de 2013

El padre


"La creación de Adán"
(frag) Michelangelo 1511
Después del incidente caminamos sin descanso hasta encontrar este pequeño túnel sin salida, oscuro y discreto. Aquí estamos recuperando fuerzas para poder continuar, una vez más.

Llevamos recorriendo estos laberínticos túneles durante más de un mes, y la desesperación, el agotamiento y el hambre al final nos obligó a acercarnos a una salida. La puerta estaba custodiada por un perro con la enfermedad y su dueño, y al vernos nos atacaron. Sucedió rápido, sin pensar.

Puede que actuara de una forma salvaje, pero eran ellos o nosotros. Siento que mi ser ha perdido toda humanidad, pero sólo me interesa él, es lo único que me queda. Cruzar esa puerta era avanzar hacia nuestra meta, no importaba el precio. Es una buena noticia haberla cruzado. No importa cómo, lo hemos conseguido.

Ahora, desde aquí observo su apacible rostro mientras duerme y no puedo apartar la vista de él, observo su dulzura y placidez, su inocencia infantil, una inocencia que este mundo perdió hace ya mucho tiempo. Lo miro y veo toda una vida por delante, un futuro que ahora depende de mi, sólo de mí.

Ya está la T.C. cargada, marcaré nuestra ruta de hoy y hasta que despierte seguiré estudiando, así podré contarle más historias sobre los aparatos antiguos y sobre la televisión. Su rostro se ilumina cuando le describo los electrodomésticos antiguos, y disfruto mucho esos momentos. Él me ayuda a continuar, a luchar por él, a vivir. He perdido mucho, pero no me importa, si llegamos con vida a la nave iniciaremos una nueva vida, los dos juntos, lejos de aquí.

Está despertando, comeremos algo y continuaremos, cada vez estamos más cerca. Recogemos y, sin hablar, le doy lo que me queda en la mochila, es poco, sólo hay para él, yo puedo aguantar, me he acostumbrado. Iniciamos la marcha, hemos llegado ya casi al puerto, si seguimos a este paso hoy podremos embarcar. Si llegamos con vida.

miércoles, 24 de julio de 2013

Hoy, ayer, mañana


La Persistencia de la Memoria (fragmento)
Salvador Dalí, 1931
Agotado por la monotonía, el agotamiento y el hastío, respiró al pensar que pronto llegará ese tiempo de descanso, de relax y liberación. Desanimado, cuenta los días que le quedan para que llegue el breve pero merecido premio, siempre deseado, aunque no siempre complaciente.

Sonríe recordando cuando, a escasos días de los temidos exámenes, apuraba el tiempo de estudio entre nervios y ansiedades. Aún con el curso ya aprobado, intentaba superar su límite con la nota máxima. Fueron muchas noches en vela, muchos los cigarros y analgésicos consumidos contra la migraña y los excesos, mucha soledad recordada con añoranza.

Como horas llegarán, a la espera de tan temido diagnóstico, tras pruebas y más pruebas, esperando, inmersos en la triste soledad, sentados en sucios y plásticos sillones situados en asépticas salas de espera, rodeado de centenarios colegas de enfermedad y dolor, contando los días conseguidos y, al igual que hoy, esperando completar también el lejano mañana.

Puede que falte poco para el descanso, y quizás si disfrutara del hoy no pensaría en el mañana, pero también si disfrutara del hoy no desearía el ayer, ni el mañana. Siempre le quedará el consuelo de disfrutar del deseo, aunque sea el de un utópico mañana. Al menos siempre quedarán sus recuerdos, los de un supuesto ayer mejor.


viernes, 19 de julio de 2013

La eterna espera

El sueño (detalle). Francisco de Goya
Te susurro al oído, mi amor, soy yo, sigo aquí, a tu lado, y, aunque no me veas, siempre estaré junto a ti, en todo momento, siempre que hables, que bebas, que rías, llores o duermas o ames, siempre.

Quiero que me escuches, aunque no me oigas, quiero decirte que me gusta observarte, mirar tu rostro mientras hablas de mi, cuando hablas de cómo era, de cómo sería, de cómo te hubiera gustado que fuera al envejecer.

Ahora sí que te escucho y por fin te comprendo. Ahora sé por qué estábamos tan distanciados. ¿Es amor lo que siento?, no lo sabré nunca, creo que voy a enloquecer.

Mi alma sufre tanto como sufrió la tuya cuando todavía me veías, o puede que más. Sé que sientes mi presencia porque veo cómo sonríes cuando te hablo, porque a veces pongo mis manos en tu cuerpo y te estremeces.

Cuando duermes, acerco mi cara a la tuya y escucho tu respiración, huelo tu aliento, tu piel, tu cuerpo. Desearía poder escuchar tus pensamientos y que tú escucharas los míos. Al despertar, abres los ojos y miras a través de mi. ¿Sabías que tu mirada está llena de vida?

No pienso separarme nunca de ti, así, cuando llegue el momento, podremos unirnos en un eterno abrazo, y puede que entonces me veas, amor mío.

lunes, 15 de julio de 2013

La crisis del dibujante

Me gustaba dibujar, aprendí gracias a los cómics y dibujos de los grandes maestros de la ilustración, imitando su estilo y copiando sus obras. Pero siempre me costó crear desde cero. Con una hoja en blanco me sentía completamente perdido, me encontraba enfrentado al vacío y a la ausencia de ideas, vencido por la desesperación ante una mesa de comedor, en un minúsculo e improvisado escritorio lleno de juguetes, de llaves, de facturas de la luz, de folletos publicitarios y mil cosas más intoxicando mi vista y mi atención. Estaba situado en un mirador al borde de un vacío absoluto, solo, muy cerca de un peligroso barranco en el que podía caer sin remedio ni salvación.

Vista de un Cráneo,  1489
(Leonardo da Vinci)
Sentado ante una hoja en blanco que amplificaba el fuerte griterío que invadía mi improvisado despacho; mis hermanos corriendo y discutiendo a mi alrededor, rodeando la mesa, tropezando y cayendo sobre mi, uno riendo, el otro llorando de rabia. De nuevo obligado a cambiar el disco que ya había terminado, porque siempre estaba escuchando música con la excusa de buscar inspiración.

Ese vacío anunciaba mi falta de seguridad, era un oráculo que pronosticaba un oscuro y poco prometedor futuro. El inicio de una agonía interior que reflejaba briznas de mi compleja y algo arisca forma de ser, de mi inestable temperamento y mi frágil corazón.

Aunque entonces sólo veía un folio en blanco, era la visión inicial de un oscuro proceso de mutilación psicológica, que llegaba a sumirme en pequeñas crisis de depresión adolescente y conseguía nublar, un poco más, la visión de mi futuro.

Aun así dibujaba en la hoja, sin rumbo, improvisando, sin objetivo, inseguro, tal como requería mi edad, iniciaba un absurdo proceso de trabajo que consistía en dibujar y dibujar sin parar, sin meditar y sin objetivo hasta terminar, sin importarme mucho el resultado, sabiendo que aun sin ser una mala ilustración, nunca sería medianamente buena, y que el resultado pasaría a formar parte de mi extensa colección de bocetos, uno más.

Perdido en un proceso absurdamente cíclico, mi inmadurez cedía ante la evidencia. Completamente vencido, replanteaba mis estudios, mi dirección profesional, mis supuestas habilidades creativas, pero siempre quedaba en un mero planteamiento. Era mucho más sencillo mirar hacia otro lado, todavía tenía por delante todo el tiempo del mundo, y como en el jazz, creía que una buena improvisación podía convertir una mediocre canción en una obra maestra.

Afortunadamente mi camino fue reorientándose a la vez que estudiaba, y mi madurez también. La seguridad se apropió de mí y, junto con la experiencia, aprendí a pensar antes de actuar y antes de trabajar, siendo la única forma de vencer mis miedos al fracaso. Y dejé de perder el tiempo ante un folio en blanco. Aprendí que el destino puede estar escrito, pero que existen muchos caminos para llegar a él y que la decisión de escoger el correcto era sólo mía.

viernes, 12 de julio de 2013

Alrededor de la medianoche


"Sí, anoche disfruté como nunca, y voy a intentar que suceda de nuevo, hoy y mañana, y siempre. Tengo sed, ¿me pones una copa? Esta vez con más hielo. Tengo mucho calor. Es esta maldita corbata que me aprieta mucho. No, no pienso aflojar el nudo, sólo quiero beber. Es fuerte, ponme otra por favor."

El repetitivo y envolvente sonido nos aturde y embriaga de tal forma que no podemos separar nuestros húmedos cuerpos. Todavía puedo notar sus manos recorriendo mi cuerpo, su aliento acariciando mi nuca, sus ojos regalándome esa dulce y sensual mirada, su aterciopelada voz susurrando de nuevo esa cálida melodía.

No puedo esperar a que llegue la noche. Sigo sudando, busco a ciegas mi vaso, lo llevo lentamente a la boca y sorbo, muy despacio, el amargo líquido.

"Ella volverá. Necesito saberlo, dime aquello que todos me ocultan. Casi todo el mundo fuma, bebe y ríe, pero nadie escucha la música. Qué triste. Esa noche hablamos sin parar, soñando que nos amábamos, contándonos nuestros sueños de amor y música."

Mis recuerdos siguen saboreando cada momento que pasé junto a ella. Necesito que sus labios vuelvan a besar los míos, ver de nuevo su sonrisa y cómo se acerca, por detrás, como ella sabe que a mi me gusta. Notar cómo sus brazos rodean mi delgado cuerpo, y sentir cómo se une al mío. Volver a notar su aliento en mi nuca y su largo pelo sobre mi cara.

"Ya no quiero dormir más, sólo quiero estar así, sudando, bebiendo, soñando que nuestros cuerpos siguen entrelazados. Que seguimos hablando, riendo y llorando de felicidad. Ponme otra copa, por favor." 

El vaso cada vez está más caliente. Mi mano nota cómo el licor va subiendo de temperatura, poco a poco, como mi alma. Entonces las baquetas de cepillo acarician suavemente el tambor de la batería y las cuerdas del contrabajo inician el suave ritmo, ajenas a mi, ajenas a nadie.

"Creo que he bebido demasiado. ¿Es ya la hora? Sí, me están esperando en el escenario. ¿Recuerdas cuando nos conocimos? Tu cantabas en aquel local, ¿cómo se llamaba? Yo subí, sin avisar, y toqué un solo sin conocer siquiera la melodía. Conseguí un contrato y te conocí."

Suena mi voz, suave, melódica. El frío metal en mi otra mano, es su turno, hoy sin sordina, suave, como a ti te gusta. Un dolor profundo atraviesa mi alma. A veces olvido que esta es nuestra canción.




martes, 9 de julio de 2013

Silencio


Ese día salí temprano, paseando sin prisa y saboreando el camino. Aunque todavía estábamos en primavera, la temperatura era ya muy alta a estas horas del día y el sol estaba castigando sin piedad a todo aquel que se exponía bajo su manto. Nada más llegar llamé al timbre y esperé frente a la puerta, impasible, durante cinco interminables minutos. Bajo el óxido, la mugre y las pintadas, apenas podía reconocer la puerta que tantas veces había franqueado años atrás, una puerta que hasta entonces había olvidado por completo y que pensaba que no volvería a ver jamás.

Tepeaca (Puebla),
imagen de Juan Rulfo
(propiedad de Clara Aparicio de Rulfo)
Por fin, la puerta se abrió, y una arrugada anciana, vestida completamente de negro, se quedó de pie ante mí, mirándome fijamente a los ojos. Estuvo así, sin moverse ni decir nada durante unos segundos, tras los cuales desapareció en el oscuro interior de la casa. Lo consideré una invitación, así que entré cerrando la puerta tras de mí. La casa era aún mucho más oscura de lo que recordaba. Apenas podía distinguir nada, todo era negro, los pocos muebles, las paredes, las puertas, todo lo era. Recordaba que las telas que ocultaban los sucios ventanales fueron en su momento de un tono crema, pero por lo visto habían padecido el abandono, y el paso del tiempo las había oscurecido sin piedad.

Atravesé despacio el pasillo arrastrando los pies y guiándome con la mano en la pared hasta que por fin vislumbré la débil luz del salón. El sudor todavía bañaba mi frente y, a veces, me cegaba la vista. El lugar era frío y húmedo, y el aire viciado exhalaba un fuerte, aunque extrañamente confortable, hedor a moho y polvo. Un escalofrío me subió por la espalda al llegar al umbral de la habitación. Todo estaba tal como la recordaba. Aunque la escasa luz no me dejara ver mucho, me dio la sensación que era el único lugar de toda la casa que no había sufrido el paso del tiempo.

El sofá, al que tantas veces me acerqué de pequeño en busca de consuelo, de consejo, de cariño, seguía en el mismo lugar de siempre, de espaldas a la puerta de entrada y encarado a la gran ventana que daba al exterior. Y allí estaba, sentado, como siempre, con su delgada figura y su mirada inquisitoria. Con su dura fachada de corazón sensible e inteligente. Al entrar tropecé, con mi aconstumbrada falta de agilidad, con una silla que se encontraba junto a la puerta, pero el golpe, curiosamente, no produjo ningún ruido. Todo estaba sumido en un grave y severo silencio.

Tomé asiento en el pequeño taburete, situado junto a él. Su rostro, impasible, miraba fijamente la ventana, aunque el cristal estaba tan sucio que era imposible que viera nada a través de él. Volví a preguntarme por qué se encontraba tan oscura la habitación, cuando todos los cristales de las ventanas estaban al descubierto. Intenté decir algo, pero me fue imposible. Busqué su mirada, pero él se limitó a encender un cigarrillo y a inhalar el humo y expulsarlo por la boca y la nariz. Tras descansar su brazo en el sofrá giró la cara y me miró fijamente. Su rostro estaba menos delgado, y sus grandes gafas seguían reflejando la oscuridad que nos rodeaba. Su mirada vacía atravesó la mía. El olor del tabaco empezó a inundar la habitación. Se quedó así, mirándome, sin pestañear, sin hablar, sin fumar.

No sé el tiempo que llegó a pasar, pero fue mucho. Todo aquello que quería decirle se quedó en mi interior, no pude articular palabra, él tampoco. La oscuridad fue aumentando, hasta que todo entró en penumbra. Cuando fui incapaz de ver nada me levanté, fui hacia el sillón, pero él ya no estaba allí. Tampoco volví a ver a la anciana, ni pude salir de nuevo al pasillo. Aún hoy me encuentro en esta estancia de la que ni puedo ni quiero salir.

Todos los días, sobre las doce, solemos encontrarnos. El fuma, yo le miro, él me mira. No somos capaces de decirnos nada. La verdad es que he dejado de hablar, al igual que él. Ayer me sonrió, creo que empezamos a entendernos. Mañana intentaré decirle que le quiero. Aunque no creo que pueda. Es hermoso este silencio.

viernes, 5 de julio de 2013

Autobiografía


Siempre consideré extraño que me preguntara quién era yo. Y lo califico de "extraño" porque quizás esa pregunta se podía realizar de muchas formas: ¿cómo te llamas?, ¿a qué te dedicas?, ¿cuántos años tienes?, ¿qué buscas en la vida?, pero no que me preguntara tan cruda y directamente: "¿quién eres?". Y más que nada, porque es algo que no se puede preguntar a una persona que ya conoces, y porque exige un desarrollo de la pregunta para saber cómo enfocar la respuesta. Pero sobretodo porque es algo que me torturaba desde hacía mucho tiempo.

René Magritte "Retrato de
Edward James" (1937)
Me hubiese gustado decir que era escritor de novelas, y que tenía mucho éxito, aunque casi nunca firmara con mi nombre. O que era un famoso pintor o ilustrador que trabajaba para agencias y no podía poner mi nombre en las obras porque lo exigía mi contrato. O contentarme con la realidad, que soy un diseñador gráfico que busca adaptarse a las nuevas tecnologías. Pero no lo hice porque me preguntó "quién eres" no "¿a qué te dedicas?".

Me hubiese gustado decirle que no importaba quién fuera, que nada ni nadie es lo que parece o lo que los demás ven en él. Decir que somos ciegos en un mundo invisible. Que cuando crees haber descubierto quién eres te das cuenta que no te comprendes. Que nadie sabrá nunca quién soy mientras no sepan quiénes son ellos. Que...

Pero en aquel momento mi respuesta fue breve y sincera, quizás porque no esperaba la pregunta, o porque tuve poco tiempo para pensar, o simplemente porque mi subconsciente respondió por mi. Nunca lo sabré. Pero por lo visto le gustó lo que dije, aunque yo en ese momento ni siquiera era consciente.

Y aún hoy sigo sin poder hacerlo. Ahora, cada vez que me miro al espejo suelo repetir en voz alta la pregunta: ¿quién eres? Y busco mi reflejo y sólo veo a un extraño mirándome asustado. Pero sólo se me ocurren estupideces metafísicas, tan ridículas y profundas que me da vergüenza ponerlas por escrito (y para ser sincero, tampoco sabría cómo hacerlo).

Aquella vez contesté: "Sigo siendo yo", pero ahora sé realmente que lo que quería decir era: "Soy un extraño."

martes, 2 de julio de 2013

Un lugar tranquilo




Terminó su intervención y tomó asiento. Un frío y tenso silencio se adueñó de la sala. Su planteamiento, aunque lógico y compartido por el resto de compañeros, iba en contra del discurso institucional, así que ahora lo único que podía hacer era quedar a la espera.

"A quiet place."

Un eterno minuto. Ese fue el tiempo que esperó, impasible y heroicamente, hasta que su rival, en un agresivo arrebato de ira, tomó la palabra e inició el duelo. Su tono, alto y contundente, era exagerado y estaba totalmente fuera de lugar. Sus ojos, casi salidos de sus órbitas, le miraban fijamente, sin pestañear. Todos aguantaron la respiración, aún sabiendo que con esa actitud lo único que intentaba conseguir era disimular su inseguridad y falta de experiencia.

"A plunge. A dive.
I gamble fate."

Inició el discurso atacando donde pensaba que iba a herirle más. Y cuando creía haberlo conseguido se acomodó en su incoherente argumento y continuó hablando, con su aguda e insoportable voz, ininterrumpidamente durante cinco minutos, sin dejar un sólo argumento sin desmontar.

"Abandon control, obey gravity.
From here, earth's claw cannot over bare." 

Y fue en ese momento cuando volvió a escuchar de nuevo esa voz, desgarrada, gutural pero armónicamente tranquilizadora, cantando dentro de su cabeza.

"I hear nothing, dead silence I grasp as comfort. 
I pilot limbs, as if they were wings."

Su vehemencia le cegaba de tal forma que pasó por alto la actitud que estaba adoptando su víctima, un rostro que reflejaba un escaso interés por su despiadado discurso. Un discurso que dejó de escuchar desde el principio.

"I hear nothing, dead silence I grasp as comfort. 
I pilot limbs, as if they were wings."

Sabía que esa descarga dialéctica no llegaría a herir ni la más mínima brizna de sentimiento ni emoción. Su ataque era vacío, predecible, falto de inteligencia. Su voz cada vez sonaba más irreal, una voz convertida en ritmo. Un sonido convertido en un monótono riff progresivo, suave pero agresivo, contínuo y vacuo.

"Carve through the clouds. 
Plummet to the below. 
I pilot limbs."

No importaba. Nada importaba. Era feliz y lo sabía. Podría soportar la humillación y la incertidumbre de no saber si su trabajo continuaría o no. Pero sabía que la vida sí, su vida. Porque él se encontraba en un lugar mejor. En un lugar tranquilo.

"I gamble fate. 

I gamble fate, unknowing of what it will bring to me."



viernes, 28 de junio de 2013

Rayuela


Nos gustaba encerrarnos en su pequeña habitación y hablar de nuestros nuevos descubrimientos musicales y literarios. Encendíamos un Ducados y con Miles Davis, King Crimson, Henry Cow o Van Der Graf Generator sonando de fondo, comentábamos nuestro primer Llosa, nuestro segundo Márquez o nuestro tercer Sábato.

Pero nada fue comparable a aquel momento que me enseñó una novela que rompía todos los esquemas clásicos a los que estábamos aconstumbrados. Su hermano se la había recomendado (él era treméndamente inteligente para los estudios, una enciclopédia andante de sabiduría, un gurú intocable de sapiencia y cultura. Demasiado pedante para mi). Nos contó que se editó apenas un año antes de nacer nosotros, pero su concepto de lectura era completamente diferente a todo lo que habíamos leído hasta ahora. Al igual que Henry Cow, el autor había innovado su estructura y su forma de leer. Y no sólo eso, sino que ¡se podía leer de tres formas diferentes!

No dábamos crédito a lo que oíamos. Los dos teníamos que comprar el libro. Así que ese mismo sábado fui con mi padre a aquella maravillosa y céntrica librería que en vez de paredes sólo tenía inmensas estanterías llenas de libros, y compré una edición de bolsillo que aún hoy conservo. Lo leí de un tirón. Qué maravilla, no podía esperar a llegar a casa de mi amigo para comentarlo, para intentar imitar esas tertulias, para intentar soñar con la protagonista, los Gauloises, con el jazz y con esos ambientes tan admirados pero a la vez tan lejanos.

Aún hoy, ya lejos de aquella infantil y voraz ilusión por imitar un mundo que no era el nuestro, sigo admirando esa forma de escribir de apariencia tan sencilla, pero de una inmensa y perfecta complejidad. Aún hoy añoro esa inocencia soñadora. Suerte que todavía conservo esa sensación de descubrimiento en mi memoria y cada vez que ese libro vuelve a mis manos recuerdo que ese fue uno de mis mejores momentos como lector.

miércoles, 26 de junio de 2013

En la nada.


(La Montaña Mágica de T. Mann)

Ese día salió solo. Paseó sin rumbo durante toda la mañana sumergido en sus pensamientos, hasta que llegó a lo alto de la colina. Necesitaba descansar un poco y recuperar fuerzas para poder volver. Anduvo un poco más hasta llegar al centro de la llanura, justo en el centro de la nada. Desde allí todo lo que veía era blanco, incluso el cielo. Sus ojos, cegados por el resplandor, apenas podían abrirse. Al parar, sus pies se hundieron en la suave y blanca nieve. Era el momento de iniciar, una vez más, el ritual del descanso.

Encendió con deleite su cigarro. El humo, tras ser aspirado con violencia, atravesó suavemente su garganta y pasó por sus estrechos bronquios hasta inundar sus pulmones. Un cúmulo de sensaciones invadieron su mente y su ser, sensaciones tan dispares como una enorme satisfacción, como un severo y contradictorio sentimiento de placer y culpa. Continuó observando, aburrido, cómo se consumía lentamente su cigarro, al igual que lo hacía su contemplativa vida. Su absurda, aburrida, ilógica y trágica vida.

Ya consumido, sus labios aún continuaban expulsando el cálido y sangrante humo. El viento empezó a susurrarle de nuevo aquella monótona y obsesiva melodía, ¿o ese sonido era producido por su sibilante y agónico aliento? Alzó su vista al cielo y observó su tenue luz. Anochece ya, pensó. Y fue entonces cuando temió que sus fuerzas no le permitirían volver con sus mentores. Aunque una suave mueca en su labio delataba que no era una excusa válida para no regresar y dejar de seguir analizando intangibles conceptos humanísticos.

Aún hoy sigo observando su delgada y oscura silueta perdida entre el blanco vacío. Horrorizado contemplo desde lo lejos cómo esas tertulias, lamentablemente tan lejanas a las de París, todavía saturan mi interés por continuar. Puede que el esfuerzo se vea compensado por ese absurdo y pedante repaso intelectual, pero aún así, su aburrimiento burgués me resulta repulsivamente contagioso.

Quizás sea un buen momento para encender un nuevo cigarro y emprender otro largo viaje a las altas cumbres literarias.

sábado, 22 de junio de 2013

Bienvenidos a mi mundo.


Hoy, por fin, inicio un blog que intenté abrir hace ya muchos años y que desde entonces tenía congelado, esperando su momento. Hoy me he sentido lo suficientemente libre para hacerlo.

Aquí vas a encontrar un compendio de imágenes, sentimientos, pensamientos y pequeñas elucubraciones, fraguadas tras asimilar mis pequeñas y humildes dosis de cultura musical y literaria.

No son textos críticos ni analíticos, sólo son frágiles sentimientos transcritos en pocas líneas y pequeños trazos.

Si en algún momento te sientes perdido, no temas, era mi intención. No importa si no conoces la obra, argumento principal del texto que lees, sólo intenta sentir lo que describe, quizás así entiendas un poco mi sinrazón.

No sin pudor, exhibo mi mente ante vosotros, desnuda, descarnada. Sólo os pido disculpas por mi atrevimiento.